domingo, 30 de agosto de 2009

Hacia una descripción científica de la historia

Varias son las visiones totalizadoras de la historia mediante las cuales buscamos las causas principales que dirigen (o parecen dirigir), a la humanidad, hacia metas u objetivos. El pasado de los seres humanos nos presenta una gran diversidad de acontecimientos y es necesario encontrar alguna idea general que nos permita darle un sentido de manera que no parezcan incoherentes o puramente fortuitos. En biología existía cierta desorientación antes de la aparición de la teoría de la evolución. Theodosius Dohzhansky escribió:

“…la idea de la evolución da sentido a lo que de otro modo sería una tediosa descripción de hechos áridos que deberían memorizarse y que pronto se olvidarían una vez finalizados los cursos. Esos mismos hechos y descripciones de seres que alguna vez o nunca hemos visto, a la luz de la evolución se transforman en fascinantes. Conocerlos se convierte en una aventura intelectual”

(De “La evolución, la genética y el hombre” - EUDEBA).

Lo mismo que ocurre en el caso del destino, o de la libertad, de cada hombre, estos atributos podrán ser asignados a la humanidad. Así, el determinismo implica que la humanidad está dirigida por el Creador y que sus designios se cumplirán indefectiblemente. San Agustín pensaba que la historia era la realización de la voluntad divina sobre el hombre. También algunos filósofos asocian la existencia de leyes deterministas a una especie de “destino prefijado”. Sin embargo, la existencia de leyes también implica una posible adaptación a las mismas, para cumplir con metas implícitas en ellas, y no con metas irrevocables. Ignace Leep escribió:

“En su opinión (la de Teilhard de Chardin), los hombres, como cooperadores en la creación de Dios, tienen que crearse ellos mismos su futuro. El «profeta científico», gracias al conocimiento del camino ya recorrido, sólo puede percibir la dirección del movimiento evolutivo e intentar de esa manera ayudar a que la humanidad tienda conscientemente y en línea lo más recta posible a su suprema realización y destino. La ciencia ha descubierto las leyes del determinismo universal, pero precisamente por eso posee la humanidad actual incomparablemente más libertad que sus predecesores”

(De “La nueva Tierra” – Ed. Carlos Lohlé).

Adoptando la postura de la ciencia experimental y de la religión natural, es posible generalizar las conclusiones obtenidas para el individuo para ser aplicadas a toda la humanidad. Estas condiciones son:

1) Existen leyes naturales que rigen todo lo existente, ya sea materia, mente, vida, etc. (Inmanencia)

2)Dichas leyes son invariantes en el espacio y en el tiempo, por ser propiedades de la sustancia única (Invariabilidad)

3)El hombre establece las condiciones iniciales en cada secuencia de causas y efectos asociados a su vida (Libre elección)

4)Describimos al orden natural existente como el logro de la voluntad de un Creador que ha dado al universo cierta finalidad implícita (Finalidad)

5)Al aceptarse la existencia de leyes invariantes, sólo nos queda, como única opción, adaptarnos a las mismas (nos guste, o no, el “diseño” realizado) (Adaptación)


La idea de la “adaptación del hombre al orden natural”, por lo tanto, será la idea básica que utilizaremos para encontrarle un sentido a la historia de la humanidad. Juan José Sebreli escribió:

“El hombre parece no poder vivir sin dar un significado a su vida, y sin un sentido de la historia de la humanidad tampoco puede tener sentido la vida del hombre individual”

(De “El asedio a la modernidad” – Editorial Sudamericana SA).

Además de la evolución de las especies vivientes mediante el proceso de la selección natural (adaptación biológica), existe una segunda adaptación (cultural), realizada por el propio ser humano. El biólogo C. H. Waddington escribió:

“El sistema humano de comunicaciones sociales funciona como un medio tan eficiente para transmitir información de una generación a la siguiente, que se ha convertido en el mecanismo del cual depende principalmente la evolución humana”

(De “El animal ético” – EUDEBA).

Es distinto ser un espectador del mundo a ser un activo partícipe de la realización del mismo. Quizás en ello radique el cambio de actitud que se nota a través de las épocas y en los distintos pueblos. Henri Bergson escribió:

“Lo más sublime que Dios ha creado es haber hecho al hombre cooperador suyo en la creación”
(De “Las dos fuentes de la moral y de la religión”).

Esto nos sugiere que la religión no debe ser sólo pensamiento, sino también acción. Tanto el inactivo autoperfeccionamiento de muchos orientales como la supuesta salvación por la fe (y no por las obras) desvirtúan el significado de la religión, o la hacen incompatible con la tendencia general de la evolución.

Mientras que Copérnico nos desplazó fuera del centro del universo, y la astronomía moderna nos mostró que nuestro Sol es una insignificante partícula perdida en la inmensidad del cosmos, la teoría de la evolución, que en un principio nos relegó a ser un simple ser viviente, ahora nos da la posibilidad de ser artífices en la elevación espiritual de la vida inteligente. Blaise Pascal escribió:

“No es en el espacio donde debo buscar mi dignidad, sino en el orden de mi pensamiento”. “Por el espacio el universo me abarca y me absorbe como un punto: por el pensamiento, yo lo comprendo” (De “Pensamientos”).

Considerando la posible desaparición del hombre junto al sistema planetario solar, Henri Poincaré escribió:

“Y no obstante, extraña contradicción para los que creen en el tiempo, la historia geológica nos muestra que la vida sólo es un corto episodio entre dos eternidades de muerte y que, en ese mismo episodio, el pensamiento consciente no ha durado ni durará más que un momento. El pensamiento no es más que un relámpago en medio de una noche larga. Pero este relámpago lo es todo”

(De “El valor de la ciencia” – Editorial Espasa Calpe SA).

Esta sería una postura pesimista a la que, parece responderle, Ignace Lepp:

“¿Podría concebirse que el mundo evolucione durante miles de millones de años hasta originar la vida espiritual, consciente de sí misma…para que dicha vida vuelva a caer al fin nuevamente en la nada?. Todo mi ser se rebela contra tal hipótesis, que rebajaría y reduciría a un absurdo al mundo, en el que tan firmemente creo”

(De “La Nueva Tierra” – Editorial Carlos Lohlé)

Cuando los conceptos de “evolución”, “adaptación”, etc., pueden expresarse con cierta precisión, nos parece cercana una “teoría científica de la historia” en vez de una filosofía de la historia. Así, el concepto de evolución creadora, o de creación evolutiva, puede asociarse a un sistema de realimentación negativa en donde la referencia es el hombre plenamente adaptado (voluntad del Creador) mientras que en realidad se logra el hombre en adaptación. La ciencia y la religión hacen de lazo de realimentación ya que permiten la comparación entre lo que el hombre es y lo que el hombre puede llegar a ser, actuando sobre el sistema controlado (humanidad) y haciendo que la mencionada diferencia tienda a disminuir.

Respecto de la finalidad asociada al hombre, Julian Huxley escribió:

“El nuevo modo de comprender el universo ha resultado de la acumulación de nuevos conocimientos durante los últimos cien años, por psicólogos, biólogos y otros hombres de ciencia, por arqueólogos, antropólogos e historiadores. De acuerdo con él, se han definido la responsabilidad y el destino del hombre, considerándolo como un agente, para el resto del mundo, en la tarea de realizar sus potencialidades inherentes tan completamente como sea posible. Es como si el hombre hubiese sido designado, de repente, director general de la más grande de todas las empresas, la empresa de la evolución, y designado sin preguntarle ni necesitaba ese puesto, y sin aviso ni preparación de ninguna clase. Más aún: no puede rechazar ese puesto. Precíselo o no, conozca o no lo que está haciendo, el hecho es que está determinando la futura orientación de la evolución en este mundo. Este es su destino, al que no puede escapar, y cuanto más pronto se dé cuenta de ello y empiece a creer en ello, mejor para todos los interesados”.

“La primera cosa que la especie humana tiene que hacer para prepararse para el cargo cósmico a que se encuentra llamado, consiste en explorar la naturaleza humana, en descubrir cuáles son las posibilidades que se le ofrecen, incluyendo, por supuesto, sus limitaciones, sean inherentes o impuestas por hechos de índole externa. Hemos dado fin, o poco menos, a la exploración geográfica de la tierra; hemos llevado la exploración científica de la naturaleza, inerte o viva, a un punto en el que sus lineamientos principales ya son claros, pero por lo que a la exploración de la naturaleza humana y sus posibilidades atañe, apenas se ha comenzado. Un vasto Nuevo Mundo de posibilidades inexploradas está esperando su Colón”

(De “Nuevos odres para el vino nuevo” – Editorial Hermes- Buenos Aires 1959).

Auguste Comte describe el progreso del conocimiento humano como una secuencia de tres etapas. La primera es la teológica, en donde todo es descrito mediante intervenciones divinas. La segunda es la metafísica, en la cual imperan la razón y la lógica. La tercera es el estado positivo, que puede identificarse con el método de la ciencia experimental, en la cual, además de la coherencia lógica de los enunciados, debe establecerse una verificación experimental de sus resultados.

De todas formas, que la ciencia y la religión natural puedan llegar a vislumbrar una “teoría de la historia”, ello no significa que la humanidad esté transitando por etapas de “elevada espiritualidad”, o algo semejante. Ignace Lepp escribió:

“El conocimiento de que la evolución universal tiende a una espiritualización y personificación cada vez más alta de la creación se lo debo, sobre todo, a Teilhard de Chardin. Un progresismo que no emplea todas sus energías para fomentar dicho fin no está, a pesar de sus pretensiones, en la «línea de la historia» y va, consiguientemente, contra la ley universal de la evolución”.

Cada religión tiene su propia visión de la historia. Así, en el caso del cristianismo, podemos apreciar que la profecía, o predicción, del “final de los tiempos” (libro del Apocalipsis), éste ha de consistir en el logro de un “umbral de conocimientos” a partir del cual comenzará una etapa de efectiva adaptación del hombre al orden natural, que se interpreta como la vigencia del Reino de Dios. Esto es compatible con los resultados logrados por la ciencia experimental, por lo que puede considerarse también al cristianismo como una religión natural.

Georg Hegel basa su filosofía en la evolución de la razón, o del pensamiento. Surge la protesta de Sören Kierkegaard por considerarla poco práctica y poco útil para el individuo. Emmanuel Mounier escribió al respecto:

“Es una reacción de la filosofía del hombre contra los excesos de la filosofía de las ideas y la filosofía de las cosas”

(De “Introducción al existencialismo” – Editorial Fondo de Cultura Económica).

Desde el punto de vista de la religión natural, existe un vínculo bastante estrecho entre lo que resulta accesible a las decisiones del individuo y la aparente finalidad que las leyes naturales imponen a la humanidad, por lo que no da lugar al conflicto entre “sistemas filosóficos” y lo que resulta esencial para el individuo.

Asociada a la filosofía de la historia, aparece la visión que el hombre tiene de la propia humanidad. En la Edad Media, creíamos estar en el centro del universo. Las estrellas eran como luces colocadas para la contemplación humana. Se suponía que la Tierra quieta era el centro del universo, ya que se imponía el modelo geocéntrico de Claudio Ptolomeo (siglo II). Podemos decir que se trataba de un modelo “egocéntrico”.

Nicolás Copérnico, con su sistema solar heliocéntrico (el Sol en el centro y quieto) desplaza a la Tierra del lugar preferencial en el cual se la había colocado casi siempre, por lo que llevó bastante tiempo su aceptación.

En el siglo XIX, Charles Darwin propone que el hombre, como todos los demás seres vivientes, no ha sido creado en una forma directa por el supremo hacedor, sino tan sólo en una forma indirecta, no descartando la posibilidad de que seamos parientes directos de algunos animales. También esta descripción nos alejó aún más de la imagen que del hombre teníamos en épocas pasadas.

Para “colmo de males”, los astrónomos del siglo XX llegan a la conclusión que nuestro Sol no es más que una entre 100.000 millones de estrellas que forman nuestra galaxia, la Vía Láctea, y que ésta no es más que una entre 100.000 millones de galaxias que forman al universo.

Sin embargo, el siglo XX también nos iba a decir que estamos en pleno Génesis, ya que el hombre tiene cerca de 1 millón de años, mientras que al Sol le quedan todavía unos 5.000 millones de años. Y ahí aparece la importante misión comentada previamente por Julian Huxley.